Visitar Grecia (II) – Diez experiencias que hay que tener para conocer lo mejor de Grecia


Por tierra y por mar el país heleno guarda muchas sorpresas que hay que descubrir


Una leyenda griega dice que Dios distribuyó el suelo a través de un tamiz y usó las piedras que quedaron para construir Grecia que, por cierto, quedaron muy diseminadas en medio del mar.
Es un país que es a la vez europeo, balcánico, mediterráneo y del Cercano Oriente. Se encuentra en la coyuntura de Europa, Asia y África y es heredero de la Grecia clásica, el Imperio bizantino y casi cuatro siglos de dominio turco otomano.
Grecia tiene más de 2.000 islas, de las cuales unas 170 están habitadas, algunas de las islas del Egeo más orientales se encuentran a pocos kilómetros de la costa turca. Descubrir Grecia es un viaje apasionante por tierra, pero sobre todo por mar.


Fuente: Open Comunicación / Fotografías: Open Comunicación


La agencia VAMOS A GRECIA con 8 años de experiencia en Barcelona y apenas mes y medio en Madrid, de la mano de la pareja Alexandros, griego, y su mujer, Susana, una enamorada de la cultura y tierras griegas, proponen conocer Grecia como si se fuera de la mano de los auténticos griegos, lejos de las rutas convencionales y con un recorrido a medida de lo deseado.

Según datos de esta agencia, el pasado año, Grecia recibió 32,4 millones de turistas procedentes de todo el mundo que han gastado, en total, 18.000 millones de euros, para 2020 se esperan 255.000 turistas españoles, unos datos significativos que posicionan el país heleno a niveles de turismo incluso superiores a los años previos a la crisis económica.

Hay que animarse a visitar Grecia. Aquí proponemos 10 experiencias que hay que tener para conocer una parte del país


 

Llenarse de historia en la viajes ciudades continentales

Aunque la tentación de viajar hacia las infinitas islas griegas es grande, hay que encontrar tiempo para visitar las antiguas ciudades continentales que marcaron hitos en la historia. El paisaje griego, montañoso y lleno de luz, está pintado con dos colores: el azul del mar, que es intenso y un verde de gama muy amplia en el que destaca el oscuro olivo. Las carreteras son buenas, aunque la sinuosidad del trazado, forzada por la orografía, demora los trayectos. Muy cerca de Atenas está el cabo Sunion, allí se alzan las ruinas del templo de Poseidón, desde donde se puede ver, a la hora del crepúsculo, una puesta de sol formidable: el mar Egeo encendido de rojo en el horizonte. Tampoco se puede dejar de conocer el lugar donde se celebraban los Juegos Olímpicos en la Antigüedad. En Olimpia uno se emociona al contemplar las ruinas del estadio original en el que se celebraban las competiciones. También existen restos del estudio de Fidias, el gimnasio y el Templo de Zeus. Corinto es otra de las paradas obligadas. Se encuentra a pocos kilómetros de Atenas, justo en el istmo que enlaza la Grecia continental con la península del Peloponeso. Y su mayor atracción tiene que ver con esa circunstancia geográfica: el canal de Corinto, que une el mar Egeo con el golfo de Corinto. En la antigüedad, los barcos, arrastrados por bestias, eran transportados desde tierra a lo largo de los seis kilómetros del istmo para evitar que tuvieran que dar la vuelta completa a la península. El camino continúa hacia Micenas, a pocos kilómetros, donde se encontró el tesoro y tumba de Atreo –o de Agamenón–, que se encuentra antes de llegar a las ruinas de la ciudad propiamente dicha. Se trata de una enorme tumba excavada en la roca, a la que se accede por un corredor descubierto construido con grandes bloques de piedra. No muy lejos está el teatro de Epidauro. Desde sus gradas se divisa un oleaje de montañas arboladas hasta el horizonte. Es uno de los teatros mejor conservados de la antigüedad y sigue usándose para conciertos y representaciones. La última etapa de la Grecia antigua será Delfos, un lugar elegido por los dioses. Por el dios Apolo, en este caso. Hace muchos siglos se creyó que este punto era el centro del mundo. Sus ruinas están alzadas en la pendiente del monte Parnaso, desde la que se contempla la inmensidad y desde la que las arboledas del paisaje parecen más espirituales que botánicas.

 


 

Sentir vértigo en los monasterios de Meteora

Meteora es un lugar de apariencia surrealista. Sobre la tierra se levantan unas moles rocosas verticales que parece la geología de otro planeta. Pero sobre las cumbres de esas torres de roca, además, fueron construidos en el siglo XIV varios monasterios de retiro y oración. Todo comenzó con unos ermitaños que vivían en cuevas altas para estar más cerca de Dios. Después comenzaron a fundarse los monasterios, inaccesibles, aislados del mundo. Incluso hoy en día, que ya han sido habilitadas escaleras y accesos, para llegar a ellos hay que gastar esfuerzo y sudor. Desde arriba, desde sus terrazas, el vacío cae a plomo. Quedan en pie seis monasterios que se pueden visitar. Hay dos de visita inexcusable: el del Gran Meteoro –el más grande– y el de Varlaam. En ambos, los frescos de sus iglesias, bien conservados, emocionan y asombran. En el Gran Meteoro no puede dejar de verse el refectorio que, a pesar de los aditamentos de que está lleno, conserva a la perfección la vaga soledad de la vida monástica. En el valle, a apenas diez kilómetros, la ciudad de Kalambaka recibe a los curiosos. Desde la distancia, esta pintoresca ciudad, anclada siglos atrás, ofrece una magnífica imagen de Meteora. Una serie de colinas, similares a gigantescas columnas separadas, sobre las que se asientan los increíbles monasterios. Los cenobios se turnan para recibir a los visitantes y no romper su clausura. Tan solo alguna de las monjas o monjes, elegidos, pueden tener contacto con los turistas. Actualmente, sinuosas carreteras permiten llegar a la cima, aunque siempre hay algún atrevido que prefiere practicar la escalada.



Seguir los paso de “Mamma mia” en las Espóradas

Aunque la isla de Kalokeri donde transcurre casi toda la acción de la célebre película Mamma Mia de 2008 (porque ha habido una segunda parte en 2018) o el hotel Villa Donna no existen, la mayor parte de los escenarios exteriores y algunas de las principales escenas, como la mítica boda final en la pequeña ermita de Agios Ioannis Prodromos, fueron rodadas en Grecia, en concreto en las Islas Espóradas, sobre todo en Skiathos y Skopelos. Mucho menos turísticas, aunque seguramente más bellas que las Cícladas o las Jónicas, estas islas tienen la peculiaridad de encontrarse dentro del Parque Marino, una reserva nacional de protección de especies en vías de extinción, como la tortuga caretta, el halcón de Eleonor y la gaviota de Audouin. Skiatos debe parte de su fama a la playa de Koukounariés, para algunos es la mejor playa de Grecia, que se llena en los meses de julio y agosto y que merece la pena ver fuera de temporada. Skopelos con sus iglesias y su fortaleza veneciana tiene un encanto que reside en parte en su paisaje, donde los viñedos y olivos sacan provecho de sus fértiles tierras. Skopelos es un caso peculiar ya que el rodaje de la película Mamma Mia con Meryl Streep y Pierce Brosnan revolucionó la isla hasta el punto que está viviendo todavía hoy una época dorada con turistas llegados de todo el mundo para ver las localizaciones paradisíacas que sirvieron de telón de fondo para el film.


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